07 agosto 2007

Cuando la abolición de la esclavitud parecía quimérica

El texto abajo está constituido de extractos del libro « Bury the Chains – Prophets and Rebels in the Fight to Free an Empire’s Slaves », de Adam Hochschild, publicado en 2005 por la editorial Houghton Mifflin. Este libro relata la historia de la campaña de abolición de la esclavitud en Gran Bretaña en los siglos XVIII y XIX. Lo aconsejo vivamente a los que quieran entender cómo una minoría de abolicionistas logró que la mayoría de la opinión pública-inicialmente indiferente, a veces hasta hostil- adhiriera a aquel objetivo que parecía sin embargo totalmente quimérico a sus contemporáneos.
Antoine Comiti

En Londres a principios del año 1787, si alguien hubiera dicho por la calle que la esclavitud era moralmente condenable y que se debía hacerla ilegal, nueve de cada diez personas se hubieran reído pensando que era cabeza hueca. La décima persona quizás hubiera estado de acuerdo con él sobre el principio pero le hubiera asegurado que acabar con la esclavitud era totalmente imposible.

Era un país en que la gran mayoría de la gente, desde los campesinos hasta los obispos, aceptaba la esclavitud como algo absolutamente normal. Era también un país en que los beneficios de las plantaciones del Caribe estimulaban la economía, los impuestos aduaneros en el azúcar cultivado por los esclavos era una fuente importante de ingresos para el gobierno, y los medios de existencia de decenas de miles de marineros, comerciantes y fabricantes de barcos dependían del comercio de esclavos. Aquel mismo comercio había tenido un auge casi nunca visto antes que había traído prosperidad a ciudades portuarias -incluso a Londres. Además, diecinueve de cada veinte ingleses ni tenían el derecho a votar. Privados ellos mismos de aquel derecho más básico, ¿cómo podían ser inducidos a preocuparse de los derechos de otras personas de color de piel diferente al otro lado del oceano?

Aquel mundo de servidumbre parecía tanto más normal cuanto que quien miraba atrás no veía sino otros sistemas esclavistas. Los griegos y los romanos tenían esclavos; los incas y los aztecas tenían esclavos; los textos sagrados de la mayoría de las grandes religiones presentaban la esclavitud como algo evidente. Aquélla ya existía antes de la aparición de la moneda y de la ley escrita. Así era el mundo -nuestro mundo- hace sólo dos siglos, y para la mayoría de la gente de aquella época era impensable que pudiera ser otro.

Si se insistía ante ellos, algunos británicos tal vez concedían que por cierto aquella institución era desagradable, «pero entonces, ¿de dónde vendría el azúcar para tu té?, ¿de dónde los marineros de la Royal Navy conseguirían su ron?». El comercio de los esclavos «no es un comercio agradable», pero como lo decía un miembro del Parlamento, «el comercio de un carnicero tampoco es un comercio agradable, sin embargo una chuleta de carnero es, pese a eso, una muy buena cosa.»

Y si había personas predicando el fin de la esclavitud, eran escasas y estaban dispersadas.

Por cierto había un sentimiento de malestar latente. Pero sentir una emoción vaga y apenas consciente es una cosa; creer que un día se pueda cambiar ese estado de hecho es otra. El parlamentario Edmund Burke, por ejemplo, estaba en contra de la esclavitud pero pensaba que la idea misma de acabar con el comercio de esclavos transatlántico (sin hablar de la esclavitud misma) era «quimérica». Pese al malestar que algunos ingleses de fines del siglo XVIII podían sentir acerca de la esclavitud, la idea de acabar con ella parecía un sueño ridículo.

Cuando los doce hombres del Comité abolicionista se reunieron por primera vez en mayo de 1787, el puñado de personas pidiendo abiertamente que se acabara con la esclavitud o el comercio esclavista eran consideradas como estrafalarias, o a lo mejor como incurables idealistas. La tarea que emprendieron aquellas personas fue tan monumental que le parecía imposible a cualquier otra persona.

Aquellos hombres consideraban que la esclavitud era no sólo una atrocidad sino también algo que se podía solucionar. Pensaban que puesto que los seres humanos tienen esta capacidad de preocuparse del sufrimiento de los otros, el hecho de exponer la verdad a la luz pública incitaría a la gente a actuar.

En pocos años la cuestión de la esclavitud había venido al centro de la vida política británica. Había un comité por la abolición en cada ciudad y municipio importante. Más de 300 000 británicos se negaban a comer azúcar producido por esclavos. Las peticiones de abolición inundaban el Parlamento de mucho más firmas de lo que nunca había recibido sobre otro tema.

Hay algo misterioso en la empatía humana y lo que hace que la sentimos en algunos casos y en otros no. Su surgimiento súbito en aquel momento particular sorprendió a todo el mundo. Esclavos y personas esclavizadas siempre se habían rebelado en el transcurso de la historia, pero la campaña en Gran Bretaña fue algo que nunca se había visto antes: fue la primera vez que muchas personas se movilizaron y permanecieron movilizadas durante muchos años por los derechos de otras personas. Aún más extraño: fue por el derecho de personas de otro color de piel en otro continente. Nadie estuvo más sorprendido de aquello que Stephen Fuller, representante en Londres de los plantadores de Jamaica, él mismo propietario de plantaciones y protagonista central del lobby pro-esclavitud. Mientras decenas de miles de personas protestaban contra la esclavitud firmando peticiones, Fuller quedó estupefacto de que «no mencionaran ninguna injusticia o perjuicio que los afectaran a ellos mismos».

Los abolicionistas tuvieron éxito porque aceptaron un desafío al que se enfrenta quien se preocupa de justicia social: hacer visibles los lazos entre lo próximo y lo lejano. Por lo general no sabemos de dónde vienen las cosas que usamos, ignoramos las condiciones de vida de quienes las fabrican. La primera tarea de los abolicionistas fue hacer que los británicos tomaran consciencia de lo que había detrás del azúcar que comían, el tabaco que fumaban, el café que bebían.

(traducido del francés por Lise Defrance)

Abolir la carne no es abolir el especismo

Querer abolir la carne puede parecer locamente ambicioso. Y el primer obstáculo es precisamente éste: hacer creíble el hecho de que la carne se pueda abolir, pues dado el número colosal de individuos concernidos será un acontecimiento considerable.

Pero al mismo tiempo es un objetivo bastante modesto porque está claro que la carne no es la causa de toda vida o muerte miserable en este planeta. Hasta es una fuente de placer para muchos –humanos o no– cuya vida puede ser miserable por otro lado.

Es modesto también porque abolir la carne no es abolir el especismo: podemos pensar que es inaceptable lo que los humanos hacen aguantar a los animales para comerlos pero seguir pensando que lo que siente un animal cuenta menos de lo que siente un humano.

Así, lo lamentemos o no, la abolición de la carne no exige de la gente que cuestione radicalmente el lugar de los humanos entre los seres vivos, aún menos que cambie totalmente su visión del mundo y de lo que debe ser la sociedad. Ésta es una de las razones que hacen alcanzable esta abolición en el mundo tal como es.

Pero está claro también que debatir sobre la abolición de la carne es hablar de la importancia que dar a los intereses de los diversos individuos concernidos, humanos o no, y que la resistencia frente a esta abolición será tanto ideológica como económica.

Sin embargo abolir la carne no es abolir todas las ideas y prácticas especistas.

Erik Marcus, en su libro «Meat Market(1)», establece el paralelo con la abolición de la esclavitud:
« Los esfuerzos para desmantelar la industria de la cría de animales serán sin duda comparados con el movimiento de abolición de la esclavitud del siglo XIX. [...] ambos movimientos son idénticos en un aspecto: ninguno de los dos procura alcanzar la perfección. Después de la Guerra de Secesión, los negros americanos han seguido sufriendo segregación y discriminación [...]. La dirección del movimiento abolicionista seguramente hubiera podido prever buena parte de esta opresión post-abolición. ¿Por qué entonces era tan limitado su programa? No es la pereza o la complacencia la que explica los límites del programa abolicionista. Aquellos límites eran en realidad la piedra angular de una brillante estrategia. En aquella época, la esclavitud era el mayor daño infligido a los negros por los blancos. [...]

El gran éxito de la idea de abolición fue reconocer que, fueran lo que fueran vuestras opiniones sobre la cuestión de la raza, no necesitabais ser muy progresistas para considerar la esclavitud como una abominación. [...] Muchos de los que lucharon y murieron para abolir la esclavitud tenían ideas que se juzgarían hoy como racistas. Pero para sostener la abolición la gente no tenía que adherirse a la idea de igualdad entre razas. Los abolicionistas sólo pedían que los norteamericanos reconocieran la esclavitud como un mal horroroso y actuaran para acabar con él. Una vez abolida la esclavitud no era sino cuestión de tiempo para que se denunciara y luchara contra formas más sutiles de opresión.»

Antoine Comiti

(1) En este libro en inglés publicado en 2005, el animador del sitio www.vegan.com explica por qué piensa que no es posible reformar seriamente los métodos de cría de animales, y llama a desarrollar un movimiento por el "desmantelamiento de la cría de animales" ("dismantlement of animal agriculture").

(traducido del francés por Lise Defrance)

10 julio 2007

Resolución por la abolición de la carne

Una resolución por la abolición de la carne ha sido escrita de manera colectiva en Internet:
Porque la producción de carne implica matar a los animales que comemos,

porque muchos de ellos sufren de sus condiciones de vida y de matanza,

porque el consumo de carne no es una necesidad,

porque no debemos maltratar o matar sin necesidad a los seres sensibles,

la cría, la pesca y la caza de los animales por su carne así como la venta y el consumo de carne animal se deben abolir.
(traducido del francés por Lise Defrance)

13 octubre 2005

Movimiento por la abolición de la carne

La mayoría de la gente cree que no se debe matar a un animal sin razón seria. En Francia, el mismo Código Penal prohíbe matar sin necesidad a una vaca, un cerdo o un pollo.

Es cada vez más conocido que la carne no es necesaria para vivir con buena salud.

¿No habrá llegado el tiempo de pedir la abolición de la carne?

¿Por qué no hacer de esta petición -aparentemente enorme y sin embargo tan sencilla- un objetivo federador del movimiento animalista mundial?

Por cierto hay que seguir describiendo, haciendo sentir y denunciando los sufrimientos y las privaciones sufridas por los animales. Hay que seguir pidiendo la interdicción de las prácticas juzgadas como las más chocantes: jaulas minúsculas, mutilaciones, ceba, corrida... Hay que seguir evidenciando la realidad y la importancia de su sensibilidad así como de la nuestra. Seguir cuestionando el especismo. Seguir promocionando el vegetarianismo y el veganismo.

Pero esto no es suficiente.

Ya se ha vuelto incoherente el hecho de no expresar claramente la petición política de abolición de la carne.

Ni siquiera nos atrevemos a formular esta petición tanto nos parece quimérica. Sobre todo, tememos pasar por fanáticos que quieren imponer sus ideas a los demás.

Estamos equivocados. Es un error que consideremos al menor comedor de carne como un defensor de los mataderos. Un error que supongamos -sin saberlo- que la sociedad todavía no estaría lista para entender esta petición, y aún menos para debatir de ella.

En el siglo XVIII, la esclavitud de los humanos era legal, y una pieza maestra de la economía colonial. Parecía entonces quimérico imaginar abolir aquella práctica universal y milenaria. Inspirémonos de los activistas de entonces que se organizaron para hacerla ilegal.

A nosotros nos toca trabajar, cada uno a su manera, en una campaña de amplitud mundial por la abolición de la carne.

En los futuros mensajes de este blog iré compartiendo el conjunto de elementos que me han convencido de que tal objetivo puede alcanzarse en numerosos países antes del fin de este siglo.

Antoine Comiti

(traducido del francés por Lise Defrance)